c) La criatura se olvida del Creador
El hombre se olvida de que es una criatura, se va poniendo en lugar de Dios, o mejor dicho juega a ser un dios. Pasa de descubrir los secretos de la naturaleza, de cultivar y guardar la tierra a dominarla, a través del desarrollo del saber científico, de las ciencias sociales, y de la tecnología. Se olvida de que es un regalo de Dios (que le pertenece a Él) y comienza a ejercer arbitrariamente, como si fuera su propiedad y como si no tuviera que dar cuentas de nada. La encíclica lo enfoca como si se tratara de un problema relacional: el hombre no sabe corresponder a la generosidad de Dios, y se deja guiar por el egoísmo y el acaparamiento. Del dominio responsable se pasa a la explotación codiciosa, de la colaboración con Dios al adueñamiento, de la protección a la devastación, y de concebir a la naturaleza como oportunidad de progreso, nos encontramos con una naturaleza que, ante los abusos, se “muestra amenazadora”.
d) No prima el uso responsable ni sostenible de los recursos naturales
Dios ha destinado la tierra y cuanto contiene para el uso de todos los hombres y pueblos. La creación es de toda la familia humana, pero, lamentablemente, en la actualidad no existe un uso sostenible de los recursos naturales y se pone en peligro la disponibilidad de los bienes de la naturaleza para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo y para las futuras generaciones. En este proceso, entra en juego el concepto de ecología humana, puesto que al sacrificarse el acceso de muchos pueblos a los recursos naturales (se ve claramente en el problema del hambre) es casi una utopía su desarrollo integral, y, consecuentemente, el legítimo desarrollo.
Este proceso de “adueñación” de la naturaleza por parte de la técnica y del saber científico tiene detrás unos intereses económicos que buscan garantizar el poder político y los privilegios. El bienestar de unos cuantos y no criterios de ecología humana son los referentes de la actividad económica a la hora de explotar los recursos naturales.
Frente a todo esto, los cristianos, en particular, y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en general, hemos de tener muy claro (y creernos) que la actividad económica, en tanto que actividad humana, puede ser llevada a cabo y ejercitada conforme a criterios morales y, en concreto, uno de los criterios a respetar es el cuidado y defensa del medio ambiente. Benedicto XVI nos dice:
“El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias.”
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