El respeto de la naturaleza como condición de posibilidad para el desarrollo humano integral

El hecho de la creación, así entendido, no choca con la posibilidad de que unos seres surgieran a partir de otros. Podría haber una evolución dentro de la realidad creada, de tal manera que, quien sostenga el evolucionismo, no tiene motivo alguno para negar la creación. Dicha creación es necesaria, tanto si hubiera evolución como si no, pues se requiere para dar razón de lo que existe, mientras que la evolución sólo se refiere a transformaciones entre seres ya existentes. En este sentido, la evolución presupone la creación. Pero es que, además, quien admite la creación -así entendida-, tiene una libertad total para admitir cualquier teoría científica”.

El creyente sabe, a la luz de la fe, que Dios es el “creador directo” de la materia, que ha podido comenzar a evolucionar; la ciencia nos ha dicho, nos dice y nos irá diciendo. El creyente sabe que Dios le ha concedido a la materia la capacidad de evolucionar y, por último, el creyente sabe que Dios es el “creador directo” del alma humana, porque la evolución no da explicación de lo espiritual. ¿Quién encontrará el “eslabón perdido”? Juan Pablo II, en abril de 1986, en una de sus Catequesis semanales, al hablar de la evolución indicó que ésta era “sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de fe afirma que el alma espiritual humana es creada directamente por Dios. De acuerdo a la evolución, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador sobre las energías de la vida, pudiera haber sido preparado gradualmente en formas de seres vivientes antecedentes. Pero el alma humana, de la cual depende definitivamente la humanidad del hombre, no puede provenir de la materia, debido a su naturaleza espiritual”.

b) La creación es un regalo de Dios. “La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad”

La encíclica nos dice:

El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades -materiales e inmateriales- respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios.

Completando esta idea, retomamos lo transmitido en el Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz de enero de 2010, denominado: “Si quieres promover la paz, protege la creación”.

La creación “procede de la voluntad libre de Dios, que ha querido participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y su bondad. La naturaleza es un regalo de Dios al género humano y su misión es ser administradores”.

Existe una relación entre el Creador y la Creación, las obras más importantes de la creación son el hombre y la mujer, llamados a ser hijos e hijas de Dios. La creación conlleva una relación inseparable entre el aire, la tierra y el agua, los minerales, la flora y la fauna y, naturalmente, el hombre y la mujer, la familia humana. El designio de Dios es que el hombre y la mujer actúen como administradores de la naturaleza. La Creación es un don de Dios a la humanidad, reflejo de su amor, de igual forma, es una “materialización” del valor de la persona, puesto que Dios -por iniciativa propia- nos considera dignos de un regalo tan maravilloso. ¿Quién no se ha conmovido alguna vez con la naturaleza?

 
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