f) ¿Cuál es la pista que nos brinda la encíclica?
La relación de la persona con el entorno natural y el medio ambiente debe ser desde el uso responsable respecto a la humanidad y en especial, respecto a los empobrecidos y las generaciones futuras. En otras palabras, las decisiones que se tomen han de ser solidarias si queremos que sean justas. Solidaridad en la salvaguarda de los recursos naturales, mediante la evaluación de la sostenibilidad –valorando los costes ambientales y sociales–. Usar racionalmente los recursos naturales y los recursos energéticos, alejarnos del consumismo y del hedonismo y, una gran novedad para el pensamiento social cristiano su apuesta por profundizar en la investigación y uso de las energías renovables.
“La comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro. En este sentido, hay también una urgente necesidad moral de una renovada solidaridad, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y países altamente industrializados. Las sociedades tecnológicamente avanzadas pueden y deben disminuir el propio gasto energético, bien porque las actividades manufactureras evolucionan, bien porque entre sus ciudadanos se difunde una mayor sensibilidad ecológica. Además, se debe añadir que hoy se puede mejorar la eficacia energética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda de energías alternativas. Pero es también necesaria una redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos (...) Pero debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola”.
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