El respeto de la naturaleza como condición de posibilidad para el desarrollo humano integral

Continuemos nuestra aproximación al término, releyendo estos párrafos de la encíclica, objeto de nuestra reflexión:

“El modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa. Esto exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan. Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida (...). Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, así como la degradación ambiental, a su vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales”.

“La Iglesia (...) no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger, sobre todo, al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la ecología humana en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia”.

En 2002, la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Española celebró un seminario sobre “Pastoral del Ambiente y Ecología Humana”. Una de las conclusiones a las que llegaron fue concretar lo siguiente: “La ecología humana evoca la interacción de los seres humanos consigo mismos en sus contextos vitales. El grado máximo de armonía e integración se llama Paz”. La ecología humana asume que “el hombre está sometido a un proceso de adaptación permanente a las condiciones del medio ambiente en que se desarrolla, pero a diferencia de los animales, su mecanismo de adaptación es la cultura”.

¿Qué es el desarrollo humano integral? El desarrollo humano integral es el ejercicio responsable de la libertad por parte de las personas y los pueblos. Además de este reconocimiento de la libertad, en la encíclica se habla de que el desarrollo humano integral exige, también, que se respete la verdad:

El desarrollo humano integral en el plano natural, al ser respuesta a una vocación de Dios creador, requiere su autentificación en «un humanismo trascendental, que da [al hombre] su mayor plenitud; ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal.

Tal y como ha venido siendo preconizado por Juan Pablo II a lo largo de su pontificado, se trata de un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano (tan “social” como “único”), en la promoción y participación del bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, es decir, ponderar las consecuencias de las decisiones porque el día de mañana pueden revertir negativamente en la familia humana.

Antecedentes sobre ecología en la Doctrina Social de la Iglesia

La preocupación de la DSI por la naturaleza siempre ha sido un tema que se fundamentaba en el hecho de considerar a la naturaleza como obra creadora de Dios. Con cierta prudencia, podríamos afirmar que el discurso favorable a la protección del medio ambiente resultaba, más bien, poco perceptible para los hombres y mujeres de buena voluntad. Denuncias explícitas de los abusos contra la naturaleza se encuentran en textos relativamente contemporáneos. Pongamos un ejemplo: en la encíclica Caritas in Veritate se cita a Pablo VI. Este Pontífice, en 1971, escribió la Carta Apostólica Octogésima Adveniens –publicada con motivo del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII– y en este documento expresó con rotundidad:

 
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