La Barandilla

En la escalera de la vida no se avanza a saltos, se avanza a pasos. Y en cada paso hay siempre una conexión con el anterior. Nuestra necesidad de sentirnos seguros nos lleva a apoyar un pie en cada escalón para poder llegar al siguiente. Sabemos que no hacerlo es una posible caída.

Yo me he caído muchas veces. Pero casi siempre ha sido por olvidar esta norma, por no agarrarme a la barandilla. Porque éste es el tercer elemento que surge. Podemos utilizar una barandilla para poder seguir subiendo. No todo tiene por qué estar en nuestras piernas. Para algo están las otras dos extremidades.

Como vosotros, yo también fui niño. Seguramente más regordete, seguro que mucho más torpe. El caso es que, dada mi coordinación psicomotriz, mi madre tuvo que hacer de barandilla, ella se encargó de que pasara de ir a gatas a caminar. En el camino me caí muchas veces. Todas las veces que decidí obviar la barandilla.

Pero pasó el tiempo y llegó el día de ir a preescolar, de comenzar a vivir y sobrevivir en sociedad. Llegó el día de alejarse de mi madre. Aunque ella no dejó que eso sucediera demasiado. No sólo se empeñaba en hacerme el bocadillo y recogerme cada día, sino que víctima de las revistas de padres, también acudía con regularidad a ver a la profesora y “saber qué tal mi niño”. De esa época yo no creo que sacara mucho más que mocos. Pero obtuve un nuevo colegio.

Gracias a la obstinación de mi madre en su rol de barandilla, la profesora acabó por mojarse. Y en lugar de olvidarse de mí en cuanto salí por la puerta del jardín de infancia, ella fue capaz de decirle a mi madre lo que no quería oír. Mi progenitora ya había elegido un colegio para mí. La profesora le dijo que ahí me iba a ir mal. Siempre me ha preocupado qué debió ver en mí para emitir semejante diagnóstico. Pero el caso es que fue determinante. Ella hizo de barandilla y acabé en el colegio que ella recomendó para mi perfil. Todavía no sé cuál es mi perfil, pero nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Así empecé la famosa E.G.B. Y con ella, muchos balones de reglamento. Pero de vez en cuando mi madre iba a ver a la famosa profesora de preescolar. Y ahora era mi madre la que le contaba “qué tal mi niño”. El caso es que durante algún tiempo, siguió un cierto vínculo entre el chalet donde derroché mocos y heridas y el patio donde se jugaban dieciséis partidos al mismo tiempo entre niños que sólo se diferenciaban en los zapatos.

Y en ese patio, vi cómo la E.G.B. se transformaba en B.U.P. y mi cara sonrosada en granos traumáticos. Está claro que a mí me preocupaban más éstos que los temas, no así a mi madre. Para mi vergüenza, siguió yendo a ver a los profesores con más regularidad de la que yo hubiera querido. Supongo que algún día conseguiré ver la parte positiva de ello.

Aunque los granos seguían sin solución, los temas sorprendentemente fueron pasando. Y así, antes de la universidad, nos obsequiaron con un año académico con una denominación tan explícita como ilusoria: Curso de Orientación Universitaria. No sé si nos orientaron o no, el caso es que cuando llegó junio y pasó el trance burocrático de la Selectividad, me vi dudando entre hacer Ingeniería Industrial o Periodismo.

 
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