Hay tantas personas e instituciones a las que debería mencionar aquí, y tan difícil establecer prioridades, que evitaré nombres concretos. Que cada cuál tome la parte de gratitud que crea que le corresponda, y algo más. Os aseguro que mi agradecimiento da de sobra para todos.
Primero daré las gracias a mis padres, simplemente por todo. Me he quedado huérfano durante estos años, pero sé que se sintieron orgullosos cuando me nombraron Director, y aunque sólo fuera por eso, habría merecido la pena ocupar el cargo.
Muchas gracias a los Jesuitas, por el ICAI y la Universidad, y por la educación que he recibido. He sido alumno en cuatro instituciones de los jesuitas de tres ciudades distintas. Por eso me consta que no son circunstanciales el equilibrio que he vivido entre libertad y disciplina, exigencia y apoyo, consideración a las personas y crítica a las ideas, o el respeto mutuo entre razón y fe.
Gracias a los alumnos, que en general han cumplido con su deber por su rendimiento y su comportamiento.
Gracias a todas las personas e instituciones que desde fuera de la Universidad nos han honrado con su interés, ayuda, cariño y respeto.
Del personal de la Escuela y la Universidad, empezaré agradeciendo su confianza a los que me han votado, nombrado o confirmado en el cargo. Gracias a los que siendo compañeros, me han tratado como al Director. Gracias a los que, siendo yo el Director, me han tratado como a un compañero. Además, independientemente del trato recibido, gracias a todos los que han trabajado bien todos estos años por la Escuela y la Universidad.
El último –pero fundamental– agradecimiento es para mi mujer y mis hijas, por hacerme feliz todos los días, y por recordarme a diario que eso de ser jefe es algo muy relativo.
Comienzo las disculpas como acabé los agradecimientos: con mi familia. Sé que estos años les he robado tiempo y me he llevado a casa problemas del trabajo. Ser Director es un trabajo muy intenso, y el cerebro es difícil de abandonar en el despacho. Hay gente que dice poder “desconectar” al llegar a casa, lo cual me admira. Aunque siempre se puede bromear sobre la facilidad para desconectar cerebros en función de su potencia, sé que la limitación es mía.
En cuanto a los errores que haya cometido estos años, lo siento mucho. Ha sido sin querer. Dije en mi toma de posesión que sería transparente, y lo he hecho. Esto me ha evitado cometer algunos errores o corregir a posteriori otros, pero supongo que no todos.
Lamento no haber atendido mejor a algunos compañeros por falta de tiempo o de sensibilidad. Como me decía mi madre, “tan simpático con los de fuera y tan antipático con los de casa”. Seguramente habré resuelto asuntos por correo electrónico que requerían un contacto más personal.
Pido disculpas a todos los que en alguna ocasión se hayan sentido ofendidos por mi vehemencia, sin perjuicio de que la mayoría se lo mereciera. Según Séneca, “un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella”. Pero habría sido a veces mejor controlar la pasión con sangre fría. La única excusa que tengo es que la sangre fría es cosa de reptiles, y he nacido mamífero.