Representación de la última semana del mes tercero de la estación de ajet, en el templo de Kom Ombo.
El faraón Ramses III dominando a sus enemigos. Fachada sur del templo de Ramses III en Medinet Habu.
Este calendario incorporaba al año de 365 días, un día más cada cuatro años, dando lugar a un año de 366 días. Pero Ptolomeo III no consiguió materializar su reforma por la oposición de una parte importante de los sacerdotes egipcios. Sin embargo, Julio César sí consiguió imponerlo en Roma, y Egipto tuvo que asumirlo una vez que quedó incorporado al mundo romano, bajo el mandato de Octavio Augusto.
En cualquier caso, en la antigüedad se atribuyó a los egipcios la invención del calendario. Así, Heródoto, en su libro II dice: “En lo referente, por otro lado, a las cosas humanas, me dijeron con unanimidad de criterio, que los egipcios fueron los primeros hombres del mundo que descubrieron el ciclo del año, dividiendo su duración, para conformarlo, en doce partes. Afirmaban haberlo descubierto gracias a la observación de los astros”. Dicha observación de los astros queda bien atestiguada por las representaciones del cielo halladas en los techos de varios templos y tumbas, como el famoso “zodiaco”, hallado en el techo del templo de Dendera.
El calendario egipcio estaba condicionado por un hecho trascendental en la vida de los antiguos egipcios: la crecida y el consecuente desbordamiento anual del río Nilo. Este acontecimiento hizo que dividieran el año en tres estaciones. El año egipcio, que ellos llamaban renpet (rnp.t), estaba dividido en las siguientes estaciones, cuyos nombres están relacionados con la actividad agrícola: Inundación ajet (), Siembra, peret (prt), durante el invierno y Cosecha, shemu (), durante el verano.
Cada una de estas tres estaciones estaba dividida en cuatro meses. El mes, que los egipcios denominaban abed (3bd), estaba dividido en días, que ellos llamaban heru (hru), en número de 30. Los egipcios solían usar en sus escritos el número ordinal del mes. El día 30, solían escribirlo como “el último”.
Cada mes tenía tres semanas o décadas, que llamaban tepe ra medet () y constaban de diez días. Al final de la semana podían disponer de uno o dos días de descanso.
Estos doce meses de treinta días, hacían un total de 360 días. Completaban el año hasta los 365 días, con cinco días adicionales, denominados heru renpet (), que los griegos llamaron epagómenos. Estos cinco días se introducían después del mes doce y antes del día de año nuevo.
El día tenía 24 períodos equivalentes a una hora cada uno. Doce diurnos y doce nocturnos. Las horas, que llamaban unut (unu.t) se medían mediante relojes de agua (clepsidras), mediante relojes de sol durante el día con sol y con listas de posiciones estelares durante la noche.
No existía el concepto equivalente a minuto. Lo más parecido era lo que hemos traducido por “instante”, que llamaban at (3t), una fracción de tiempo inferior a la hora.
Para fechar los acontecimientos no existían cronologías absolutas, como en el caso del mundo romano referido a la fecha estimada de la fundación de Roma, o en el cristianismo, referido a la fecha estimada del nacimiento de Jesucristo. Se empezaban a contar los años a partir de la coronación de un nuevo rey.
Las fechas se escribían poniendo primero el año, después el mes de la estación correspondiente, la estación y, a continuación, el día del mes. Por último el nombre del soberano reinante para identificar la “Era”.