En los años 50 nuestra carrera tenía una verdadera dureza y en verdad nuestra vida estuvo muy condicionada, quizás de forma excesiva, por los estudios cuando alcanzaban el reconocimiento oficial. Con toda seguridad, esos momentos difíciles nos unieron a todos los compañeros y a la Escuela para el resto de la vida, como se puede comprobar en nuestras dos reuniones anuales: una de ellas presidida por el padre Goicoechea, que impartió a nuestro curso sus primeras clases, hasta su fallecimiento hace algo más de dos años, -ahora tenemos la suerte de que el oficiante es hijo de uno de los miembros de la promoción-; se complementa con la segunda, el correspondiente viaje anual, donde surgió la información motivo de la entrevista. ¿Tienes recuerdos parecidos o son diferentes? ¿Existe la misma unión en tu promoción?
En los años 50 yo no existía más que en la mente de Dios. Entré en el ICAI en el 88. Las cosas ya habían cambiado mucho y las preocupaciones sobre el reconocimiento oficial de los títulos recaían por aquel entonces sobre el recién nacido “E-4” de ICADE. Nunca he participado en ningún viaje anual, por falta de disponibilidad, pero siempre miro con envidia las fotos en Anales. A pesar de todo, puedo decir con alegría que, después de 16 años, mantengo contacto con mis compañeros de promoción. Creo que no he fallado ninguna Navidad en mandarles mi felicitación y también nos hemos visto en alguna cena. Hoy es fácil seguir en contacto y por lo menos mantenernos al corriente de las novedades de unos y otros. Todos saben que tienen un amigo cura que reza por ellos todos los días y que siempre encuentra un hueco en su agenda para una boda, un bautizo, una Primera Comunión, un funeral, o simplemente una cerveza y una conversación en confianza.
Si precisas realizar otros comentarios relativos a estos primeros 25 años de vida, pienso que es el momento oportuno, antes de conversar sobre los últimos, una vez concluidos los estudios en el ICAI.
Lo más importante que ha pasado en mi vida tuvo lugar precisamente a lo largo de estos años universitarios. Cuando entré en el ICAI, tenía novia, quería casarme con ella, ser ingeniero y no dejar de jugar al rugby en toda mi vida. Al terminar tercero, mis planes eran completamente diferentes. Entré en el Seminario ese verano y seguí cursando los restantes tres años como seminarista, simultaneando la especialidad de Gestión con los estudios de Filosofía y Teología. Lo que había pasado es que había descubierto que Dios no es una idea, ni un valor, sino Alguien que ama y quiere ser correspondido. Descubrí que sólo podía ser feliz rompiendo mis esquemas y mis planes y dando a Dios un cheque en blanco; que un proyecto matrimonial y familiar que dejaba a Dios a un lado era una locura; que ni el rugby, ni el éxito profesional, ni nada de este mundo puede dar a nadie la felicidad tan inmensa que Dios da a quien le busca sinceramente. Descubrí que lo mejor que yo podía dar al mundo era a este mismo Dios que había dado su vida en una Cruz por cada uno de nosotros. Por eso, todo cambió para mí. Comprendí que hasta entonces había estado viviendo para mí mismo y que era posible una manera mucho mejor de emplear la única vida que iba a vivir. Fue entonces cuando decidí dejarlo todo y marcharme al Seminario. Mi sorpresa vino cuando el obispo me aceptó con la condición de que terminara esta carrera que tenía a medias, que me encantaba y a la que ya había renunciado.
En esta segunda parte, llena de enorme interés para la generación que te entrevista, nos gustaría conocer, si lo consideras adecuado, como han trascurrido estos 16 años hasta acceder a la fundamental nominación como rector. ¿Tuvieron influencia en tu decisión sobre el camino de presbítero los estudios en nuestra escuela?