Palabras clave: dinero, sistema monetario, economía, evolución, patrón oro.
Key words: money, monetary system, economy, evolution, golden standard.
Resumen: El dinero es una institución social que utilizamos todos los días en nuestra vida cotidiana. Pese a eso, no solemos caer en la cuenta de la magnitud de su verdadera importancia social. Éste es el primero de una serie de dos artículos en los que se explica el origen del dinero y su evolución hasta la actualidad. En esta primera parte se describe cómo surge el dinero y cómo evolucionó hasta el sistema que imperó en el siglo XIX: el patrón oro.
Abstract: Money is a social institution that we use every day in our daily lives. Despite that, we do not often realize the actual magnitude of its social relevance. This is the first part in a series of two articles that explain the origin of money and its evolution to the present. In this first part it is described how money surged and how it evolved to the system that prevailed in the nineteenth century: the gold standard.
Autores: Ignacio Moncada
Ignacio Moncada Ingeniero Industrial del ICAI (promoción 2009) y estudiante de Licenciatura en Economía por la UNED. Actualmente es analista financiero de inversiones en Nueva York y columnista semanal de política económica en Libertad Digital.
El término dinero siempre ha tenido mala prensa. El símbolo del dólar, por ejemplo, tendemos a relacionarlo con la codicia y la corrupción. O, si aparece plasmado en una abultada bolsa, directamente quiere decir robo. Para desprestigiar a alguien, nada mejor que acusarle de "moverse por dinero". Pero pese a que este término está cargado de connotaciones negativas, tiene una importancia vital que suele quedar oculta tras su uso literario. Espero que el lector, al final de este artículo, contemple la institución del dinero de un modo diferente del que intuía antes de comenzar a leerlo.
Este es el primero de dos artículos en los que trataré de responder de la forma más amena posible a dos preguntas fundamentales: por qué es tan importante el dinero para la vida en sociedad, y cómo funciona el sistema monetario en nuestros días. Son dos preguntas que establecen el principio y el final de un camino que trataré de recorrer de forma sencilla, con la intención de que sea interesante y aporte motivos para la reflexión. El primer tramo de ese camino, recorrido en este primer artículo, trata de cómo el dinero surgió, cómo evolucionó y cómo funcionaba hasta, aproximadamente, finales del siglo XIX. El siguiente describirá cómo siguió evolucionando hasta nuestros días. No será una descripción histórica plagada de fechas, personajes y acontecimientos, sino un análisis del proceso evolutivo de la acción humana desde un punto de vista menos conocido, y a la vez perfectamente comprensible para el lector profano en la materia. Para recorrer este camino no se requiere más herramienta intelectual que el sentido común y la simple curiosidad.
Decía Hayek, premio Nobel de Economía en 1974, que el dinero es uno de los apartados más complicados de comprender de todas las ciencias sociales, pues requiere un alto nivel de abstracción. En estas paginas veremos que, en realidad, entender esta materia está al alcance de nuestras manos. Nosotros, aunque sin ver la parte sumergida del iceberg, ya estamos familiarizados con el funcionamiento del dinero. A diario vendemos bienes y servicios, entre ellos nuestro propio trabajo, a cambio de unos misteriosos billetes y monedas a los que llamamos dinero. A su vez, adquirimos lo que necesitamos a cambio de ese dinero previamente obtenido. El hecho es que no nos interesan esos billetes y monedas como fines últimos, sino como medios para alcanzar otras metas. El dinero es, por tanto, un bien que utilizamos para intercambiar productos de manera indirecta.
Imaginemos por un momento cómo funcionaría una sociedad en la que no existiera el dinero, en la que sólo podríamos adquirir bienes o servicios mediante el trueque. Cada vez que necesitásemos adquirir algo tendríamos que encontrar a un vendedor que estuviera dispuesto a dárnoslo a cambio de lo que nosotros estemos especializados en vender. Supongamos, por poner un ejemplo, que alguien está especializado en fabricar herraduras para caballos. Este herrero, un buen día, necesita adquirir un par de zapatos. Consigue contactar con un zapatero, y le ofrece lo único que sabe hacer, un juego de herraduras, a cambio de calzado. Sin embargo, sucede que al zapatero no le interesa el trato, pues no tiene caballo. Lo que él tiene son otras necesidades, como comida o ropa, que el herrero no puede proporcionarle directamente. Tras visitar diez zapateros, no recibe otra cosa que la misma respuesta que le dio el primero. El herrero acaba de descubrir que, si no existiera la institución del dinero, la vida en sociedad sería tan complicada que se haría casi imposible.
Sin dinero sólo podremos llevar a cabo intercambios si ambos agentes económicos están interesados en lo que el otro le ofrece, y sólo si están dispuestos a desprenderse de lo que tienen. Es lo que en economía se denomina la doble coincidencia de necesidades. Esto se produce en escasas ocasiones, y sólo permite intercambios a un nivel muy básico. El simple hecho de buscar a alguien que cumpla estos requisitos llevaría tanto tiempo para cada intercambio que los llamados costes de transacción serían muy elevados. La vida en sociedad, por tanto, estaría enormemente restringida. Puesto que nuestra necesidad de intercambiar –es decir, de cooperar– es, tal vez, la causa más importante por la que vivimos en sociedades complejas, sin esa institución llamada dinero, en una economía de trueque, sería casi imposible la división del trabajo, y por tanto la evolución de la civilización.
Precisamente partiendo de las sociedades primitivas cuya economía de subsistencia era movida tan sólo por el trueque, Carl Menger, el fundador de la Escuela Austriaca, explica su teoría del dinero. Y afirma que éste es el ejemplo paradigmático de una más amplia teoría del surgimiento espontáneo de las instituciones sociales.
Volvamos a esa sociedad primitiva del trueque, en la que los intercambios son escasos porque requieren la doble coincidencia de necesidades. Los hombres y mujeres más perspicaces, de forma progresiva, van descubriendo que hay bienes que se intercambian con mucha más frecuencia que otros. Y que si vendemos nuestros productos a cambio de esos bienes, aunque no los queramos directamente, será más fácil intercambiarlos de nuevo por productos que necesitemos. Es así, de forma espontánea, no deliberada, como empieza a surgir el dinero.
A lo largo de la Historia, ha habido muchos tipos diferentes de bienes usados para el intercambio indirecto. En la antigua Mesopotamia, por ejemplo, era habitual utilizar cabezas de ganado como medio de intercambio. Se vendía a cambio de ovejas y cabras, y ese ganado se utilizaba para comprar otros productos gracias a que tenían un mercado más líquido que otros bienes. De la misma manera, en el antiguo Egipto fue el trigo el que tuvo un mayor desarrollo como bien de intercambio indirecto. En el Imperio Azteca fueron los granos de cacao; los nativos norteamericanos usaban el esqueleto de un molusco alargado llamado dentalium, al que daban un gran valor ornamental; en el Imperio Romano era habitual utilizar la sal para pagar por el trabajo recibido –razón por la que todavía hoy seguimos usando el término salario–; en India se utilizaban conchas de caurí y en China pequeños trozos de metal.
Como consecuencia del éxito de esta estrategia, por imitación se fue generalizando en las sociedades que empezaron a surgir. Estos peculiares bienes fueron teniendo una demanda creciente como medio de intercambio que se sumaba a su demanda original. De esa manera, de forma evolutiva y espontánea, va surgiendo "un medio de intercambio común y generalmente aceptado". Así llegamos a la que precisamente es la definición teórica del dinero.
Si volvemos al caso en el que el herrero trata de comprarle un par de zapatos al zapatero, en el que antes existía una gran dificultad para cerrar el acuerdo por sólo disponer del trueque, tras la llegada del dinero se hace posible el intercambio con gran facilidad. El herrero, que previamente había herrado el caballo de alguien a cambio de, por ejemplo, una oveja, ahora es capaz de comprar el par de zapatos a cambio de esa oveja. Tal vez el zapatero no esté directamente interesado en ella, pero lo acepta porque sabe que se ha convertido en un medio de intercambio con el que será muy fácil comprar cualquier cosa.
Con la llegada del dinero se impulsa un proceso social por el que se tienden a seleccionar de manera evolutiva aquellos bienes que más fácilmente cambian de manos. Los medios de intercambio que tras un periodo de tiempo empezaban a presentar limitaciones en comparación con otros, iban siendo espontáneamente sustituidos por bienes con mayor liquidez y mejores características para su uso como dinero. Al final este proceso desemboca en que la demanda mayoritaria de algunos bienes no es como bien de consumo o de capital (es decir, para producir otros bienes), sino como medio de intercambio. De esa manera se acabó imponiendo el que sería el dinero por excelencia hasta el siglo XX: el oro.
El oro, material de gran valor ornamental e industrial, tiene seis propiedades que facilitan su uso como medio de intercambio, y que hacen que pasara a ser el dinero escogido por la sociedad.
En primer lugar, es un bien muy escaso. Todo el oro del mundo cabe en tres piscinas olímpicas. Esto hace que su valor por unidad de volumen sea muy alto. Se puede llevar una gran capacidad adquisitiva en poco espacio, mientras que si usáramos trigo o cabezas de ganado tendríamos que transportar un volumen muy grande de estos bienes.
En segundo lugar, es homogéneo. Una onza de oro vale lo mismo que otra onza, pues sus propiedades son iguales y fáciles de identificar. En el caso de las ovejas, sin embargo, no hay dos iguales. Para llevar a cabo un intercambio con cabezas de ganado, hay que mirarles la salud, los dientes, el tipo de lana que dan, la edad o el tamaño. En el caso del oro es suficiente con pesarlo para saber su valor.
En tercer lugar, el oro es fácilmente divisible. Vale lo mismo un lingote de dos onzas de oro que dos lingotes de una onza cada uno. Esto facilita enormemente las transacciones menores. Si queremos comprar algo que vale media onza, vale con dividir una onza de oro en dos. Esto, evidentemente, no puede hacerse con las ovejas.
En cuarto lugar es muy fácil determinar su ley. Esto hace del oro un material muy difícil de falsificar, y por tanto ahorra a la sociedad los costes que acarrea el fraude monetario.
En quinto lugar –muy importante–, el oro es inmutable. No reacciona con nada, ni se deteriora con el tiempo. Cuando, por ejemplo, se recupera el oro que ha yacido en un galeón hundido durante siglos, las piezas siguen conservando perfectamente sus propiedades. Esto convierte el oro en un perfecto depósito de valor, es decir, no penaliza el ahorro. Las ovejas, por seguir usando el mismo ejemplo, envejecen y mueren, y pierden valor con el paso de los años. Si los galeones se hubieran hundido con cabezas de ganado en lugar de con oro, su valor habría, obviamente, desaparecido.
Y en sexto lugar, tal vez la propiedad más importante: la cantidad del oro en el mundo es razonablemente estable. La oferta de oro crece en torno a un 2% a cambio de elevados costes de extracción minera. Además, la cantidad de oro en circulación no decrece. Un poco más adelante en esta serie de dos artículos veremos por qué esto convierte al oro en un activo fundamental.
Estas características, en resumen, hicieron del oro el dinero por excelencia hasta el siglo XX. No sólo se minimizaban los costes de transacción, incluido el tiempo necesario para un intercambio, sino que además, al ser tan buen depósito de valor en el tiempo, es perfecto para ir adquiriendo productos perecederos cuando se vayan necesitando.
Es preciso destacar que la evolución del dinero, por supuesto, no ha sido homogénea en tiempo y lugar en el mundo. Las instituciones sociales habitualmente nacen por iteraciones de acierto y error. Allí donde son exitosas tienden a prosperar y a ser copiadas. De esa manera, el uso del oro se fue extendiendo y generalizando con el tiempo, desde la Edad Antigua hasta el siglo XX, en convivencia con otros métodos que, generalmente, acababan sustituidos por la efectividad del oro. Pese a ello, el precioso metal amarillo también tenía sus inconvenientes. Principalmente eran dos. El primero, que pese a que su valor por unidad de volumen es elevado, seguía siendo un material pesado que había que transportar. Y el segundo era un problema de seguridad derivado de llevarlo encima: podía ser robado y utilizado por terceros que no son sus legítimos dueños. Ante estos dos problemas la sociedad generó una solución: los bancos de depósito.
Los ciudadanos comenzaron a acudir a unas empresas, normalmente privadas, denominadas bancos de depósito. Firmaban con éstos un contrato de custodia, por el que el banco se comprometía a guardar su oro en un lugar seguro y a mantenerlo disponible para cuando el cliente quisiera retirar todo o una parte. Es decir, se comprometía a protegerlo y a no usarlo. A cambio, el cliente pagaba al banco una cantidad fija anual –o con la periodicidad acordada– por el servicio prestado. El banco entregaba al cliente un papel denominado certificado de depósito, que le daba derecho a retirar ese oro cuando quisiera. No era otra cosa que un vale de una consigna, que representaba legalmente el derecho de propiedad del cliente sobre ese oro.
Con el tiempo, la sociedad se fue dando cuenta de que para intercambiar oro no era necesario hacerlo físicamente. Era suficiente con cambiar el titular de la cantidad acordada, que seguiría físicamente en el banco. Al poco tiempo, los certificados de depósito se empezaron a emitir al portador, es decir, que pasaban a ser intercambiables. Así nació el billete bancario. La reducción de costes con este paso fue tremenda. La diferencia entre intercambiar oro físico y un título de propiedad era tal que se extendió con rapidez. No sólo por la comodidad del uso del billete, ni por contar con la seguridad y el respaldo del banco, sino porque en estos intercambios se seguían manteniendo las excelentes propiedades del oro antes descritas. El único requisito era uno fundamental: que hubiera una correspondencia del 100% entre el oro custodiado por el banco y los billetes en circulación. No siempre era así pues en ocasiones se emitían billetes en exceso, clásico fraude monetario. Eso generaba una serie de inestabilidades económicas, además de una violación del derecho de propiedad del contrato de custodia, que serían materia de otro artículo. Pero, en general, el sistema funcionaba razonablemente bien.
El uso del oro como medio de intercambio por excelencia ha sido muy habitual desde la antigüedad. Sin embargo, lo que suele definirse como patrón oro es el sistema de organización monetaria que imperó en las principales economías occidentales, lideradas por Inglaterra durante el final del siglo XVIII y, fundamentalmente, el siglo XIX. El sistema fue fruto de la evolución de siglos y era bastante eficiente. Incorporaba una novedad. Aunque la historia del dinero siempre ha contado con la participación activa de los gobiernos –monarquías al principio, gobiernos democráticos más adelante–, este período contó con una serie de gobiernos que apostaron decididamente por el patrón oro, evitando la posible tentación de pasar a un sistema menos rígido.
El funcionamiento del patrón oro era muy sencillo. Partiendo del uso generalizado del oro como dinero descrito anteriormente, el siguiente paso fue normalizar y generalizar esos billetes bancarios para cada nación. Así, la libra esterlina se definió como un cuarto de onza de oro. El dólar estadounidense, como una veinteava parte de onza de oro. Estos billetes, denominados divisas, eran exactamente lo mismo que los antiguos certificados de depósito: daban al titular derecho sobre una cantidad de oro que estaba custodiado en algún banco. Es decir, que realmente existía un única divisa en occidente: el oro.
Estos bancos competían entre sí, por lo que si alguno de ellos no custodiaba correctamente el oro o tenía problemas de seguridad, los clientes se lo llevarían a otro banco. Eso era un freno para el principal riesgo del sistema: la fraudulenta emisión de dinero no respaldada por oro. En ese caso, una retirada de oro supondría la quiebra de la entidad, con lo que los bancos se cuidaban –aunque siempre estaba presente la tentación– de no emitir más certificados de oro que la cantidad del mismo.
El sistema del patrón oro se caracterizó por una enorme estabilidad económica en varios sentidos. Por motivos que serán explicados con más detenimiento en el siguiente artículo permitió la estabilidad de los precios en el siglo XIX. Durante este tiempo la inflación en los países occidentales se redujo a episodios puntuales o muy localizados. Éste fue el marco ideal para incentivar el ahorro y su principal contrapartida económica: la inversión "sana", es decir, la que se basa en el ahorro, y no en la "burbuja", o expansión monetaria. Por otro lado, los tipos de cambio fueron estables debido a la definición de las divisas en términos de oro, lo que fue una bendición para el comercio internacional. Y, además, los gobiernos estaban obligados a ser austeros, es decir, a no incurrir en déficits públicos excesivos, por no poder recurrir a la expansión monetaria ni a la inflación para afrontar sus deudas.
Esta atmósfera económica relativamente estable fue el caldo de cultivo que propició el desarrollo que occidente vivió en el siglo XIX. Y es que para muchos, el siglo XIX trajo la mayor revolución de la civilización occidental que vieron los tiempos. Fue un siglo en el que se pasó de una economía mayoritariamente agrícola, cercana a la subsistencia para la mayor parte de la población, a lo que fue la Inglaterra o los Estados Unidos de principios del siglo XX. En este periodo cristalizaron dos revoluciones industriales, una gran explosión de la ciencia y de los avances tecnológicos, y, tal vez, el mayor cambio de mentalidad social jamás experimentado por la civilización occidental. El sistema de gobierno fue virando de las antiguas monarquías o imperios hacia democracias consagradas, y hubo un despertar generalizado de la conciencia social reclamando libertad individual y respeto de derechos humanos. Se produjo una revolución social que no se había vivido hasta entonces.
Durante el siglo XIX también tuvo lugar un hecho de gran trascendencia económica: hubo un notable descenso de la belicosidad en comparación con otros periodos de la Historia. Como el patrón oro impedía que se produjeran expansiones monetarias para financiar el gasto público, las guerras procuraban evitarse o duraban poco tiempo. Por eso entre el final de las guerras napoleónicas (1815) y la Primera Guerra Mundial (1914), hubo pocas guerras y éstas fueron habitualmente breves. Es cierto que los gobiernos a veces suspendían temporalmente la convertibilidad de la moneda en oro para emitir papel moneda y financiar las guerras, pero al tener que regresar a la convertibilidad una vez acabada, se cuidaban de no excederse para que la devaluación que ello conlleva no sumergiera a la población en una honda crisis económica. El hecho de que la belicosidad fuera reducida permitió una mayor capacidad para conservar los bienes de capital, y por tanto el potencial de prosperidad económica, y a la vez que no fuera preciso estar constantemente reconstruyendo los destrozos que las guerras dejan tras de sí.
En este primer artículo sobre el dinero se ha partido de una sociedad de trueque, y hemos comprobado cómo las inmensas dificultades que ello conllevaba propiciaron la aparición de una institución social de tipo evolutivo y espontáneo, a la que llamamos dinero. Comenzó con el uso de bienes de alta liquidez, y fue evolucionando hacia bienes con propiedades ideales para su uso como medio de intercambio. Así llegamos al oro, que terminó instaurándose en el sistema de patrón oro que imperó, fundamentalmente, en el siglo XIX en occidente. Y hemos podido comprobar, además, cómo este sistema proporcionó una enorme estabilidad económica y política, que fue el marco en el que la civilización vivió una explosión de desarrollo en muchos aspectos.
En el siguiente artículo recorreremos la segunda parte de este camino. Veremos por qué la Alemania de entreguerras destruyó su moneda en lo que se llamó la hiperinflación. Veremos por qué un determinado tipo de dinero puede pasar de ser estable a inestable, o viceversa. Y a partir de la sencilla explicación de una propiedad fundamental del dinero, enlazaremos con el gran salto histórico que se produjo a principios del siglo XX, y que cambió completamente la institución social del dinero: la progresiva desaparición del dinero respaldado por oro. Explicaremos por qué ese nuevo sistema que ha evolucionado hasta nuestros días, el de "dinero fiduciario", siguió funcionando. Pero también veremos cómo ese sistema también entraña sus riesgos. Unos riesgos que conviene conocer para saber cómo funciona la economía de hoy en día.