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Bodas de Plata de la Promoción 1987

En nombre de los homenajeados en sus Bodas de Plata, Javier Gómez de Olea y Bustinza fue el encargado de recoger el diploma y la insignia para su promoción y de dirigirse a todos los asistentes. A continuación recogemos su intervención:

Javier Gómez de Olea (Bodas de Plata).

"Para mí es un orgullo muy especial poder dirigirme hoy a todos vosotros, como hace seis años lo hizo mi propio padre en su L Aniversario de graduación o muchos años antes lo pudo haber hecho mi abuelo, de la promoción de 1927, o quizás dentro de unos años lo hagan mi hermano o mi propio hijo, ahora en Segundo Curso de la Escuela.

Cuando ser Ingeniero del ICAI se convierte casi en un elemento genético de una familia, sería muy interesante entender las razones que lo producen o que lo justifican.

Hay muchas escuelas magníficas de ingeniería en todo el mundo, seguramente aún más prestigiosas que la nuestra, seguramente más poderosas económicamente que la nuestra o, incluso en ciudades más importantes que Madrid. ¿Qué tiene la Escuela de Ingenieros del ICAI que genera esta atracción durante generaciones y generaciones?.

Parece mentira que hayan pasado veinticinco años desde nuestra graduación. Cuando hace unos meses nos reunimos en la Escuela muchos tuvimos la sensación del "Decíamos Ayer", de Fray Luis de León. Pero sí, han pasado muchos años, hemos formado nuestras familias, muchos de nuestros hijos están ya en la universidad, hemos tenido nuestros éxitos y nuestros sinsabores en nuestras carreras profesionales, algunos hemos constituido empresas de muy distinta actividad y nos hemos desperdigado por el mundo…

Ninguno hemos olvidado, sin embargo, la Matriz de Coordenadas del Padre Aguinaga -¡cuántas veces habremos soñado con sus exámenes!-, la célebre y misteriosa Ecuación de la Membrana del Padre Dou, los no menos misteriosos conceptos de la Termodinámica de II, las maravillosas superficies que había que dibujar en el Cálculo de I o las primitivas cintas perforadas del computador de Álgebra. Cada vez que pienso en lo felices que nos íbamos a casa con nuestras últimas mejoras en nuestro programa de Fortram en aquella cinta amarilla llena de agujeritos, me doy cuenta de que lo más parecido que recuerdo son los dibujos animados de Pablo Picapiedra. ¡Han pasado tantos años que el mundo ya no se parece nada a lo que era entonces! No teníamos ni PCs, ni móviles, ni Internet, ni Redes Sociales, ni documentos escaneados… Apenas unas fotocopias que te manchaban las manos de negro…

Una vez más quería acordarme de todos aquellos profesores que marcaron esos años tan importantes de nuestra vida. No citaré a ninguno para no olvidarme a nadie y para que cada uno en su memoria haga su propio homenaje. Todos y cada uno de ellos dejaron una impronta en nosotros que ha marcado nuestra formación intelectual.

Cuando todos nos estamos acercando a los cincuenta, a la mitad de la vida, se comienza a "mirar atrás", a juzgar trayectorias y a reflexionar sobre la vida. Yo tengo un par de breves reflexiones que me gustaría compartir con vosotros esta tarde:

En aquellos años felices todos hacíamos planes de lo que queríamos hacer, de dónde queríamos trabajar, de a dónde queríamos llegar y, muy probablemente, no hemos conseguido ninguna de esas cosas ni hemos alcanzado ninguno de esos objetivos. Pero, ¡no pasa nada!, hemos conseguido otros, que quizás nos hayan hecho ser más felices. La realidad, la vida supera siempre a la ficción y nunca hubiéramos pensado en dónde hoy estamos o a dónde hayamos llegado, personal y profesionalmente. Siempre me pregunté si lograría ser socio de la consultora en la que trabajaba antes de los 40. Sí, lo conseguí y pocos meses después dos aviones se estrellaban contra las Torres Gemelas de Nueva York y yo, y otros muchos socios de mi empresa, "quedamos en la calle". Luego nos recuperamos, afortunadamente, y seguimos nuestro camino, como lo harán, con certeza nuestros compañeros que hoy pasan por lo mismo.

Y es que el éxito, como el placer o como el poder, es efímero. Cuanto antes nos demos cuenta antes conseguiremos despegarnos de ellos y ser felices.

Y en estos años que han pasado no nos han ido mal las cosas, hemos sido muy afortunados. La verdad es que, en efecto, somos unos privilegiados: los que nos seáis creyentes quizás penséis que ha sido una generosidad del destino. Los que sí lo somos estamos convencidos de que esa generosidad no es casualidad. Por algún motivo Dios nos ha colmado de talentos y de bienes por eso le damos -le doy- las gracias constantemente: por darnos salud, en primer lugar, para ocuparnos de los que, a nuestro lado no gozan de tanta salud; por los padres que tuvimos o que algunos, afortunadamente, aún tenemos, por apoyarnos en nuestras decisiones y porque, entre otras cosas, en muchos casos, fueron los que nos apoyaron también cuando decidimos venir a esta escuela y no a otra; por poner a nuestra compañera o compañero de viaje en nuestro camino; por los hijos que nos enviaron, por las oportunidades profesionales que hemos tenido o por daros una segunda oportunidad a los que decidisteis rehacer vuestras vidas. En este ambiente de decaimiento y pesimismo que nos rodea hemos podido disfrutar plenamente de la vida y conseguir muchas cosas con nuestro propio esfuerzo. Podríamos haberlas heredado o haber vivido de las rentas –algo perfectamente legítimo, por otra parte–, pero no ha sido así. Podemos sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho hasta ahora.

Pero, desde luego, no debemos olvidarnos de que somos unos privilegiados por todo ello. No nos olvidemos que otros muchos se esforzaron, tanto o más que nosotros, y no tuvieron las oportunidades o la suerte que sí tuvimos nosotros. Tenemos la obligación de recordarles a nuestros hijos que sí somos unos privilegiados.

Después de haber conocido a mucha gente, tanto en nuestros programas de postgrado como en las distintas empresas por las que hemos pasado, nos hemos dado cuenta de que el vínculo que muchos desarrollamos con nuestros compañeros en esta escuela no ha desaparecido y sigue siendo, en muchos casos, muy especial. Fueron unos años duros y exigentes, pero visto ahora con la perspectiva de veinticinco años, nos damos cuenta de que fueron los mejores años de nuestra juventud. Quizás por eso, porque estas paredes nos enmarcan esos años y lo que representaron, el recuerdo y la experiencia del ICAI son todavía tan intensos y están siempre flotando alrededor nuestro.

Vivimos unos años de zozobra y de dificultad. Muchos de nuestros compañeros están sufriendo "duras travesías del desierto" para encontrar trabajo. No nos olvidemos de ellos. Desde aquí quiero mandarles un mensaje de ánimo. Yo también estuve en el paro y tuve la oportunidad de salir de ese agujero negro. ¡Estoy seguro de que vosotros también lo lograréis!.

Queda mucho por delante. Todos los que nos graduamos hace veinticinco años podríamos hoy estar aquí. Hemos sido muy afortunados en ese sentido también. Lamentablemente es Ley de Vida que eso no siga ocurriendo en nuestras celebraciones futuras. Aprovechemos la oportunidad que nos da cada día para acordarnos de los que necesitan de nuestra ayuda. Nunca se sabe por cuánto tiempo más podremos seguir haciéndolo. Cada vez más, "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".

Hace ya veinte años cuando tuve la enorme fortuna de obtener mi MBA en la Escuela de Negocios de Wharton de la Universidad de Pennsylvania muchos amigos me felicitaron. No creo equivocarme diciendo, en representación de mis compañeros de la Promoción de 1987, lo que entonces les contesté a esos amigos que entonces me felicitaban: "Sí, por supuesto que estoy orgulloso de este MBA, pero de lo que verdad estoy orgulloso es de ser Ingeniero del ICAI. Eso es lo que me ha permitido ser y hacer todo lo demás". Nuestro agradecimiento, pues, otra vez veinticinco años después, a esta Casa por habernos formado como nos formó. Efectivamente nos ha permitido ser y hacer muchas cosas, tan sólo una pequeña parte de las cosas que aún muchos de nosotros pensamos hacer en los próximos veinticinco años".

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